La balanza y la espada

EN LA mitología griega, Themis, la primera representación de la justicia, es hija del dios Uranos (el cielo) y la diosa Gea (la tierra). Pero su virtud principal es la de servir de oráculo y comunicar a los mortales las profecías que solo los dioses saben y entienden. Ella introduce a los seres humanos en la obediencia a las leyes del universo y representa el derecho divino que también rige los asuntos de la sociedad.

Cuando la sociedad agraria primitiva perdió terreno con la expansión de las relaciones comerciales y los tribunales adquirieron una mayor importancia en la Grecia antigua, otra diosa toma el lugar de Themis. Fue una de sus hijas, las llamadas Horas -o estaciones-. La nueva representación de la justicia se llama Diké, que tiene por hermanas a Eunomia, o la buena legislación, y a Eirene, la paz. Dike gobierna el espíritu de los tribunales, que los antiguos griegos llamaron "dikastirio".

Desde entonces la justicia suele ser representada como una mujer, diosa o humana, nunca como hombre y rara vez como un artefacto. No puede representarla el hombre porque la tradición ha identificado a lo masculino con el poder y la justicia no es un poder que tiene una virtud, sino una virtud que tiene un poder.

Por lo general, viste un atuendo humilde, sencillo y hasta escaso, y solo a veces lleva pertrechos de guerra, como un casco o chaqueta ceñida al tronco. Lo crucial aquí es que la justicia tiene una apariencia muy similar a la del pueblo, y si el pueblo es guerrero, lucirá entonces como soldado, mas nunca como general con su penacho.

La balanza de dos platillos en la mano izquierda se muestra como el elemento dominante en un complejo simbólico que casi siempre incorpora la presencia discreta de una espada en la mano derecha. Usualmente, la figura destaca con su gesto el desigual peso que registra el aparato, mientras que el hierro afilado apunta hacia abajo en una señal de pasividad o reposo.

Lo que la justicia pondera son los argumentos, las razones, las evidencias y muestra públicamente cómo se comparan los esgrimidos por una parte y por la otra. Ella siempre da su veredicto de una manera clara e inequívoca. El arma blanca solo se explica como la capacidad de imponer coactivamente sus decisiones, pero, en principio, no es lo que caracteriza la función de la justicia, pues espera que quienes acuden a ella obedezcan por sí solos su pronunciamiento.

Son muy pocas las representaciones en las que la justicia aparece empuñando una espada que apunta hacia arriba, pero cuando esto ocurre la centralidad de la balanza deja involuntariamente su sitio al momento del enfrentamiento. Y es que el oficio de la justicia no es atacar ninguna cosa o persona. Una figura en posición de ataque difícilmente puede ser identificada como la justicia.

Aunque las deidades del mundo antiguo tienen la plenitud de su campo visual, una interpretación moderna ha vendado los ojos de la diosa, pues ahora la idea no es juzgar a las personas, sino sus argumentos o razonamientos, los que tendrán más o menos peso independientemente de quien los haya proferido. Es un hecho observable en la variedad gráfica de la justicia que la venda sobre los ojos tiende a desaparecer cuando la actitud contemplativa de la efigie cede el paso a la pose beligerante. Queda la implicación de que ver al acusado o a la víctima podría perturbar la determinación del valor de sus razones.

La reforma de la justicia hoy es la reforma de los asuntos humanos, y no meramente de los tribunales. Busca apoyarse en el desarrollo de habilidades y capacidades de los funcionarios judiciales, pero necesita ser comprendida y compartida por los abogados, los políticos, los medios de comunicación, etcétera, y por la mayor cantidad de grupos de interés que pululan en la vida pública.

La sociedad necesita volver a creer en que la balanza de la justicia es exacta y que su dictamen es el fiel reflejo de lo que la ley manda. Aunque la justicia moderna se ha apartado racionalmente del discurso de la trascendencia y se ha situado correctamente en el ámbito del Estado de derecho, no por ello la justicia puede desentenderse de atributos intangibles que tienen que ver con la integridad, la credibilidad, y la honestidad de los individuos-jueces y sus hábitos y prácticas, públicos y privados. Muy adentro la sociedad no aceptará como buenos los juicios de un juez de vida privada perversa, porque la integridad no es una categoría exclusiva del espacio público.

La reforma de la justicia en Panamá tiene que tener especial cuidado en volver a colocar la venda sobre los ojos del juzgador, pues uno de las principales cuestionamientos que le lanza la sociedad tiene que ver con la selectividad de sus decisiones. La persistencia de la percepción de que las personas con poder e influencia obtienen fallos favorables que violentan los principios y las normas que consagran la Constitución y las leyes es gravemente dañina del clima institucional que requiere el desarrollo del país.

De la misma forma, la espada de la justicia debe estar siempre reluciente y bien afilada, pero debe blandirse con igualdad de criterio. La justicia no puede ser el control de los pobres solamente, pues todas las clases sociales cometen delitos aunque sus modalidades sean distintas.

Si los esfuerzos de la reforma de la justicia no aportan positivamente a estas cuestiones, todos habremos perdido el tiempo, se habrá despilfarrado los recursos del Estado, y se habrían burlado los más caros intereses de la nación. La hora de la justicia ha tocado la puerta. La pregunta es si le daremos la bienvenida y permitiremos que gobierne sobre los asuntos humanos.
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martes 6 de junio de 2006
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