ENRICO FERRI fue uno de los grandes maestros del derecho penal y junto a Lombroso y Garófalo, fundó la escuela positivista, cuyas consecuencias todavía se dejan sentir en los debates actuales sobre qué es la justicia penal, qué puede esperarse de ella, y en qué sentido debe ser reformada.
Ferri no creía que el derecho penal de su época proporcionaba todas las herramientas para la comprensión del delito y llamó sociología criminal a su particular vertiente de la ciencia penal. Su sueño consistía en elaborar un código penal científico, basado en el estudio de la realidad y fundamento de una justicia penal clínica y no represiva. "Porque, decía el maestro italiano, el desarrollo de la justicia penal ha estado siempre y estará en razón inversa del de la justicia social".
En su gran obra, Sociología criminal, publicada en 1896, Ferri hace unos comentarios de conclusión que reflejan, más allá de la ciencia penal, una expectativa equivocada, pero iluminadora, sobre el porvenir. Ferri sostuvo que en el futuro la sociología criminal no sería necesaria y la justicia penal no sería importante, pues pensaba que la justicia social se desarrollaría ampliamente y todos los hombres -hoy agregaríamos: y las mujeres- tendrían aseguradas las condiciones sociales para una existencia moral y material.
En estas circunstancias, que para Ferri no es un ideal sino un futuro próximo, el delito como fenómeno social sería reducido a su mínima expresión. Para el fundador de la criminología positiva, no era la ley penal la que garantizaba la disminución de la delincuencia, sino la justicia social.
Lo que Ferri no pudo haber previsto era que la justicia social no estaba garantizada en el Estado moderno. El maestro italiano no pudo haber adivinado que en el siglo XXI la familia dejaría de ser un dato natural y habría niños que les tocaría crecer y desarrollarse en el desamparo que se produce cuando una familia no se ha integrado en su entorno; que el Estado, en muchas partes del mundo, no sería capaz de garantizar servicios sociales básicos, que las escuelas se volverían indiferentes a su deber de articular el mundo privado del niño con el mundo público para el que, en principio, los educa; que la superación de la pobreza y la exclusión social seguirían siendo los grandes retos de las sociedades libres del mundo globalizado.
Ferri no pudo haber previsto que el Estado gendarme (esa forma histórica de Estado que se encarga solamente de proteger el orden público y la propiedad privada), lejos de ser un viejo trasto histórico, reemplazado por una organización superior, seria, cien años después, un artículo nostálgico muy apreciado en todos los barrios marginales de las grandes, medianas y pequeñas capitales del mundo, que viven sometidos por las bandas de delincuentes, ahora dirigidas desde afuera por gente que vive muy bien y tiene excelentes vínculos con el poder del Estado y se conecta con redes internacionales a través de la mejor tecnología, y ante la cual la policía luce impotente, incapaz, incompetente, y a veces hasta corrupta.
Ferri jamás pudo haber imaginado que las bandas del crimen organizado utilizarían a la población más vulnerable (niños y jóvenes de todas las edades) como peones en el tablero de la lucha por controlar los territorios urbanos y sub-urbanos en los que hacen circular armas ilícitas y drogas.
Ferri no pudo prever que la justicia penal habría de adquirir una enorme importancia porque la sociedad del futuro abandonaría la creencia de que la justicia social es la verdadera solución ante los altos índices de incidencia delictiva.
El jurista italiano no pudo contemplar la hipótesis de que serían los medios de comunicación, siempre preocupados por la creciente ola de criminalidad desatada principalmente por los "menores", los que propondrían los nuevos conceptos de la política criminal y que algunos políticos encontrarían muy cómodo aceptar como bueno lo que satisfaga a los medios.
Es cierto que las ideas de Enrico Ferri, que en un tiempo fueron novedosas, ya no lo son y que los estudiosos del derecho penal y la criminología las consideran superadas.
Ciertamente, el maestro italiano previó la caducidad de sus propias doctrinas como resultado lógico del avance de la ciencia criminológica, pero lo que ha ocurrido es que fuera del campo de la ciencia penal su ideal ha sido puesto patas arriba por quienes quieren reducir la incidencia del delito mediante leyes penales "pretendidamente" científicas.
¿Por qué como sociedad nos cuesta tanto entender que es perfectamente lógico, y hasta probable, que luego de ser aprobada una nueva legislación penal, acorde con los conceptos más avanzados de la teoría del delito y de la pena, continúen -y hasta empeoren- los índices de criminalidad actualmente existentes?
Es que vivimos en una época en la que el mundo invertido de Ferri (en el que la justicia penal debe resolver lo que ha dejado pendiente la justicia social, o la ausencia de ella) quiere ser impuesto por la anti-ciencia que algunos llaman opinión pública, y que no es más que una colección de prejuicios, falsedades, estereotipos y falacias, generados convenientemente desde una agenda en donde prevalece, por lo general, la complicidad con el status quo y, en ocasiones, la más desnuda ignorancia.
Lo paradójico de las enseñanzas de Ferri es que su ideal era el florecimiento de instituciones penales terapéuticas, y la tendencial extinción de las soluciones puramente retributivas y, por ende, represivas, pero la vulgarización del positivismo ha conducido a legitimar los discursos de mano dura tras la resignación del fracaso de la política social.
Uno debe preguntarse, así en público, en voz alta, si la expectativa sobre la reforma penal que vamos a discutir en las próximas semanas y meses consiste en que será un eficaz instrumento para la reducción de los niveles de criminalidad que se perciben hoy; si hay alguien, algún diputado o ministro, que verdaderamente cree que si logramos una legislación penal "científica", ello contribuirá a reducir esa cantidad (terrible, cualquiera que ella sea) de delitos de los que es víctima la población todos los días.
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martes 31 de octubre de 2006
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